lunes, 15 de diciembre de 2014

Botines

Mi vieja terminó de hablar por teléfono y me miró haciéndose la misteriosa. Sonrió, pícara, y prolongó el silencio lo más que pudo. Yo dejé los dibujitos a mitad de capítulo e intenté dominar la ansiedad. La miré con cara de “Y????” pero ella no se inmutó durante unos cuantos segundos. Hasta que empezó a hablar. Dijo que estaban bien, que en Mar del Plata hacía frío pero que habían bajado a la playa igual y que Sole tenía que rendir el lunes siguiente. Y se quedó sonriendo, con la información más preciada para el final: “Ah, y dijo tu hermana que los botines llegan a las dos de la tarde en El Pampa. Tenés que ir a buscarlos a la terminal.”  

            Fui y la abracé. Ella me empezó a acariciar los rulos y al cabo de un rato me di cuenta de que estaba revisando si tenía piojos o no. Siempre que hacía eso me empezaba a picar la cabeza, así que me alejé. Voy a preparar la bici, le dije. Y salí corriendo al patio. Crucé la galería que daba al jardín y corrí poseído hasta el garage. La Aurorita estaba en buenas condiciones pero igual sentí que tenía que prepararla. Le di aire con un inflador de pie medio choto que estaría en casa de la segunda guerra, más o menos, y la dejé apoyada, reluciente, contra la pared del palomar.

            Entré a mirar la hora y habían pasado diez minutos. Pero por lo menos me enteré de que habría milanesa con papas fritas en el almuerzo. No podía más de feliz. Agarré la pelota y me fui a la canchita, a darle la despedida las zapatillas. Me llevé un par de Gráficos para jugar con las formaciones, que aprendía de memoria y relataba aunque jugara solo. A veces me acompañaba el Camorra y corría a la par mía todo el rato; a veces colgaba la remera en el ángulo para bajarla pateando tiros libres.

            Pero ahora sólo pensaba en los Adidas Corner que estaban viajando en la bodega de un bondi destartalado. Cómo sería pegarle con los mismos que usaba el Toti Iglesias? Llegó la hora de la comida y de hacer la digestión mirando el Zorro. Nunca me pareció tan boludo el sargento García. A las dos menos diez, agarré la bici y salí para terminal.

            Salí de casa y doblé en lo de Nico, para el lado de la ruta que va a al cementerio. A un costado, el viejo Montero estaba regando la cancha, más precisamente el óvalo de tierra que se había formado con el correr de tantos partidos. Lo saludé con la mano y me di cuenta que me hubiera gustado tener bocina, a pesar de que el viejo no se caracterizaba por tener la mejor onda. Llegué a la cancha de Ferroviarios y enfilé para el centro.

            Andaba poca gente, la hora de la siesta siempre fue implacable en el pueblo. Cuando estaba llegando a la terminal vi que el Pampa se alejaba hacia al arco de la entrada del pueblo, con la luz de giro anunciando la salida sobre la ruta. El paquete debía estar esperándome en el andén.

            Me asomé a la ventanilla de la boletería, cumplí como un adulto con la serie de cosas que hay que hacer para retirar una encomienda y sacudí la caja para comprobar su contenido. Saludé al empleado y pegué la vuelta a casa como un bombero. Los puse en el portaequipaje de adelante, para tenerlos a la vista durante todo el viaje. Cuando llegué a casa, dejé la bici tirada por ahí y subí directamente a mi habitación, saltando los escalones de dos en dos.

            Fue amor a primera vista. Eran hermosos. De cuero negro –ese olor inigualable-, con las tres tiras blancas bien cosidas, y una línea celeste finita en cada uno de estas. La suela tenía los trece tapones brillantes, casi fosforescentes, en una sola pieza. Se parecían, efectivamente, a los que veía semana a semana en El Gráfico.

            Estaba pasando los cordones cuando apareció mi vieja en el vano de la puerta.

            -Y? Te gustaron?

            -Si, ma! Un montón! Los voy a estrenar ya!

            -Andá. Llevate un buzo por si refresca.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Mi madre también


Hola má.
Hoy me encontré con un cuento de Conti, "Mi madre andaba en la luz" y me dieron ganas de escribirte. No es aniversario de nada, no todavía, faltan un par de semanas, simplemente tenía ganas de escribirte. Como cuando Luis estaba en la colimba y nos mandaba esas cartas que nos revelaban a alguien, no al adolescente obtuso que se encerraba a escuchar los Redondos en la pieza, sino a uno de los nuestros, uno que nos estaba contando su experiencia y nuestra ausencia. Bueno, algo así es esto.
Vos ya te habías muerto cuando empecé a escribir, cuando me vine a La Plata y me topé con el gordo Soriano y quise ser escritor o algo así. Y creo que nunca te escribí una carta.
Pero ahora me dieron ganas, y es así. Corta la bocha. Hoy uno escribe y publica al toque, má. Y hay un montón de gente que, si le llama la atención algo de lo que decís, te puede hacer comentarios; alentarte o ningunearte también, por qué no. Es como una colimba permanente.
Bueno, la cosa es que no sé, te extraño. Yo sé que no vas a leer esto, no estoy alucinando. Y es obvio que no lo escribo para vos. Pero mucho no me importa. Está el impulso, viste. Como me dijo una vez Eugenio Mandrini acerca de la poesía: uno siente el escorpión que le empieza a subir por el pecho y tiene que abrirse la camisa y ponerse a su servicio. Esto no es poesía, ya sé, pero dejemos que los puristas se encarguen, a mi no me molesta la diferencia.
En el fondo, má, sigo siendo el niño torpe que se cayó en la zanja inmediatamente después de colgar el cartelito de advertencia ("Cuidado con la zanja") para que las visitas no se sorprendiesen con el pozo frente a sus pies. Estaban haciendo una reforma del gas o algo así. Habían cavado una zanja que atravesaba la calle y entraba a casa, perpendicular, por la puerta del medio del garage. Uno podía suponer que la fosa continuaba, pero consideramos que lo mejor era poner un cartel en la puerta, por las dudas de que alguno entrase a lo tano y se fuera al demonio en dos pasos. Qué hice yo? Pegué el cartel del lado de afuera, cerré y entré de espaldas, mirando que el papel no se vuele ni nada de eso. El pie izquierdo fue a dar al vacío y ya era tarde para corregir la trayectoria. Caí limpito, de espaldas. Fui mi propia broma, golpeando en seco contra el fondo del foso. Cómo se puede ser tan boludo, pensaba mientras corría al lavadero para limpiar la remera. Alguno me vio en esa circunstancia, con la remera en la bacha y el culito embarrado y me sacó la ficha enseguida: "No me digas que... pusiste el cartel... y vos mismo te caíste...?" (Risas). Si, te digo.
Esto que escribo es así de arbitrario, má, como cualquier carta. Creo que el núcleo del asunto, del por qué en un feriado gris me asomo a esta ventana, es el paso del tiempo. Es decir, entre el niño ese que se cayó en la zanja y este que ahora vuelve a sentir que te habla pasaron un montón de años. Y dentro de dos diciembres vamos a tener la misma edad. Vas a cumplir de muerta la misma cantidad de años que tenía yo cuando te vi por última vez, cuando te encontré agonizando en el sillón de los Grimm. Esos ojos que te vieron luchar contra el turn off vital están, hoy, llenos de preguntas. En ese entonces era el horror, el descrédito, la sorpresa infame, la broma macabra de las estampitas que habías puesto sobre la mesa. Supuse que lo veías venir, que presentiste algo. Pero en lugar de llamar al médico, te pusiste a rezar. En fin.
Me hubiera gustado que nuestra despedida fuera diferente. Antes de irte a trabajar -te ibas a quedar de casera esa noche- abriste la ventana de la pieza cuando estaba escuchando los Gardelitos y eso me fastidió. Te dije de mala manera que chau, que después iba a ver tele, que si si si, que no molestes. Al rato te vi inconsciente, sabiendo que no pasarías esa noche y que nada sería igual desde entonces, que todos nosotros no íbamos a saber qué hacer sin vos. Si, vale, nos tenías medio mal acostumbrados. Acaso por eso te escribo ahora. Para saber qué hacer, para que tengamos una despedida diferente, para cambiar mi relación con tu muerte, para celebrarte en noviembre.
También nos quedamos sin Lalo. Él no supo qué hacer, pobre. Duró un par de años, pero al final tiró la toalla. A él sí lo vi irse. Mientras iba dejando de vibrar le canté un tango al oído. Estoy seguro de que era ese que habla del carnaval, que empieza diciendo: "Esa colombina puso en sus ojeras / humo de la hoguera de su corazón." Creo que no era por nada en especial, sino para decirle que estaba ahí con él, que me quedaba, que se vaya tranquilo, que a pesar de todo estuvo bueno su viaje, su estadía. (Así hablamos ahora, má. Decimos "estuvo bueno" para cualquier cosa. Y cuando queremos decir algo empezamos diciendo "nada" o "no" y de ahí arrancamos.)
Hace poco le contaba a Flor de lo mucho que tardábamos cuando salíamos a por los mandados. Te encontrabas con todo el fucking mundo y chusmeteabas de lo lindo. Lalo decía que había que mandarte a buscar la muerte, porque como no llegabas nunca, la muerte nunca nos iba a llegar. Era muy dado en esos silogismos sutiles el viejo, cómo que no. De todos esas salidas que hacíamos, la parte que más me gustaba en el mundo era cuando dejábamos atrás lo de Po y encarábamos la pendiente de la vía. Era para empacharse los ojos de estrellas. El barrio Brunero a un costado, el descampado de los galpones del ferrocarril al otro y el Molino y la casa al fondo, con la promesa de papas fritas y televisión en colores. Y yo de tu mano, chiquitito y ruloso, pateando piedritas como preguntas, porque en ese trayecto éramos únicos e inmortales.




martes, 18 de noviembre de 2014

Bájale de pasas a tu cake


Para Flor, si quiere.

"And our faces, my heart, brief as photos"
John Berger



   Cuando vi su heladera tapizada de fotos imantadas, comprendí que las cámaras fotográficas habían sido inventadas para mujeres como ella. La mayoría enmarcaba su rostro en una infinidad de gestos y abrazos, (aparecía siempre acompañada, por amigos o por su gato Ceniciento) como un collage de felicidad capturada. 
   -Me acompañan, dijo desde algún lugar de la casa. Tardé un segundo en entender que me hablaba a mí. Giré, buscándola con la vista. No la encontré. Me quedé callado, de nuevo frente a la heladera.
   Reapareció enseguida sobre unas floripondia con suela de goma azul y su mejor cara de Holly Golightly, sujetando una lata amarilla de Canarias como si fuese un Oscar. 
   -Dijiste algo?, pregunté simulando no haber oído.
   -Te decía que esas fotos me acompañan. Y algo más -dijo, acercándome la lata. Lo realmente importante es que mis queridos están ahí, custodiando la conservación de mi alimento. Es lo que importa. Voy a poner música. Te armás uno?, dijo y salió de nuevo de cuadro. 
  Me quedé con la lata en la mano, mirándola como a un juguete que te habías olvidado que te encantaba y te lo encontrás varios años después en una mesa de saldo de plaza Cagancha. Estaba intervenido. Con la misma tipografía de la marca, habían tapado el "arias" de Canarias por "nabies" de Cannabies. Me sorpendió la e, pero se entendía igual. Abajo decía en una etiqueta: blue berry mayo.
   Mientras tanto, en otro lugar de la casa, comenzaron a sonar los acordes de Taxman. Puso Revolver completo en youtube y regresó a despejar la mesa y preparar mate. Tiene una manera especial de moverse en la cocina, como si todo lo que no fuese ella le hiciera espacio. Rechazó mi ofrecimiento de ayuda, así que volví al collage. Me llamó la atención una serie en el ángulo superior derecho de la Siam (sí, tiene una Siam té con leche). En todas se destacaba un destello verde. Había paisajes urbanos, carteles, personas, animales y en todas las imágenes lo único que se repetía era el color verde. Me debo haber quedado un rato mirando, lo suficiente como para que al girar hacia ella la encuentre con la cadera apoyada en la mesada, auto abrazándose con el brazo izquierdo y sosteniendo una manzana en la mano derecha. 
   Señalé la serie como si hubiese descubierto un secreto. Debo haber puesto cara de pregunta.
 -No es nada especial; son rachas, dijo mordiendo una manzana con su mejor cara de buenas tardes. Tengo temporadas en las que me propongo como consigna hacer foco en un solo color cuando voy por la calle, entendés? (Mordisco). No leíste a Cortázar vos? (Otro mordisco). Esas son las que me gustaron de entrada, sin estudiarlas demasiado. A pura intuición. (Mordisco). Las dejo ahí, hasta que me olvido de ellas y cuando no lo espero, un tiempo después, cualquier día, se produce el insigth, la revelación de lo que me quieren decir. (Mordisco; fin de la manzana). Entonces les hago caso y preparo una muestra que las contenga. No armaste el porro todavía. Tomá, usá este grinder, es a molinillo viste? Papelillos hay en la lata. Si queres, usá la maquinita. A mi me gusta armarlos a mano. Mientras tanto, voy al baño. Te quedas un rato más, no?
   Sonreí. Si, claro, dije. Me quedo un rato más.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Alero

Foto:Flor Puoli
A J.C. con cariño y respeto

Somos fantasmas peleándole al viento.
Los Piojos

La puta madre, se acabaron las tortafritas. El almacén de Charo debe estar cerrado, todavía no son las cinco y esto parece que sigue. Que lo parió, haber pegado el viaje en el fin de semana equivocado. Si estaba lo más bien en Buenos Aires. Pero cuando a la Tana se le mete algo en la cabeza no hay con que darle. Mirá que venir a tirarme la enfermedad como excusa. Sabe que tengo el auto en el taller y el temita que tengo con eso de viajar en colectivo.
Para peor, el Negro había quedado en llevarme un frasco de flores, unas snow russian que dice que te dan ganas de volver al comunismo. Planazo. Pero el boludo se colgó en el Imaginario y me tiró que iba a pasar hoy a la tarde. Ni le contesté. De la decepción. No tienen razón los progres cuando dicen eso de que pueden llevarse las flores pero no la primavera. Le tendría que avisar que me vine para acá al Negro, mirá si se enoja y me deja sin Puttin, Navokob y la mar en coche. Cierto que ésta no tiene wi fi por las malas vibras. Qué jipi. Voy a tener que llamarlo.
Pobre Tana, se debe sentir sola. Mirá cómo duerme ahora. No sé cómo hace para dormir en una hamaca paraguaya. Para mi que lo hace para llevarme la contra, porque sabe que a mi me parecen una careteada marca cañón. Nadie puede estar cómodo en una cosa de esas. Si a esta altura han inventado sillas colgantes para tirar para arriba. Pero ella no, loca de las hamacas paraguayas. Por lo menos tiene linda la casa, se ve que se dedica.
Esa que viene ahí debe ser la Charo. Si, re. Qué hace por acá? La Tana le debe haber contado que vine. Ojalá que por lo menos traiga un paquete de harina.

jueves, 30 de octubre de 2014

Con la mano y por la racha


   
Entrevista con Sebastián Morro, guitarrista de El Manijazo, que se presentará el próximo sábado 8 de noviembre a las 23 hs. en el Club Cultural Lucamba, en 117 y 67.


Foto: Juli Tiverón


   - Qué expectativas tiene para este próximo concierto?

   - Todo concierto genera muchas expectativas. Nos preparamos grupalmente, ensayando horas y horas esperando que el momento único e irrepetible de la interpretación en vivo sea el mejor, que refleje todo ese esfuerzo, toda la dedicación, todo el esmero por cada detalle sonoro. Que, además, viaje con toda la carga expresiva y emocional que la música sólo puede transmitir en directo, y que ese viaje recorra todo el salón atravesando a cada persona. Que cada una de esas personas a su vez colme sus expectativas, que supere sus expectativas incluso, y que ese viaje musical regrese a nosotros en forma de baile, de coros, de aplausos de agite y de alegría.. 
   Pero además existen expectativas personales. que a veces compartimos en grupo y conversamos, y a veces las guardamos. En esta ocasión las expectativas personales están muy aunadas, porque volvimos a gestionarnos solos después de 2 años de laburar con una productora cultural. Así que toda la organización, la logística, la prensa, el armado y coordinación de la fecha estuvo a cargo de nosotros, los músicos. Y eso genera mucha ganas de que todo salga bien. Ojalá que resulte así.


   - Cómo nace El Manijazo? Qué influencias aportó cada uno?

   - La banda nace por impulso, ingenio, genio y carisma del Chino Ayala (Juan Carlos). Fué el quien sintió esa necesidad de darle continuidad en la región al camino abierto por el gordo Alorsa y La Guardia Hereje. Y fue él quien tuvo esa idea germinal de mezclar el tango y el ska en la misma ensaladera, y se encargó de juntarnos a pesar de nuestra desconfianza. Lo primero fue compartir sus canciones conmigo que perfilaba como el guitarrista tanguero, y luego llevar esas músicas a las primeras juntadas con Homero (Polenta, vatangueando) y su bandoneón y otros músicos que no se coparon del todo.. Hasta que el condimento Ska llegó en manos de Toni (Santamarta, guitarra) y Chino Killyam (contrabajo) ambos ex integrantes de Cañamoon. Ahi tomó forma, pero el verdadero sabor lo trajo Marian (Rossitto) con su bata. A esa altura la ensalada ya era tentadora. Había letras y cantor, armonías y yumba, riffs y bases grooveras, y el color del bando tan tan tango... ya empezábamos a manijear y no tardamos casi nada en completar la orquesta. Saxo y clarinete primero con el Negro (Martín Santander) que no para de tirar colores y sabores.. y por último la octava manija Fer (Ortega) que trajo en su violín el condimento que terminó por aglutinar melódicamente los dos géneros de la ensalada.



  
 Las influencias que cada uno aportó fueron bien claras y un poco ya lo mencioné antes. El Chino cantor aporta la retórica, el lunfardo y la mística arrabalera. Homero que venía de compartir con el Chino los escenarios de Vatangueando, aportó con el bando la sonoridad tanguera mientras terminaba su carrera universitaria y recibía su título de guitarrista. Esa formación académica llevada a la música popular nutre constantemente las orquestaciones manijas. Otro erudito de la música es el Toni, pero con una formación si bien muy metódica, mucho más ligada a lo popular. Toni y Chino bajista tocaron juntos durante años en una banda de Ska tradicional y aportaron mucha data desde ese camino recorrido. Yo venía del tango y los ritmos folklóricos sudamericanos, más guitarrero que guitarrista y más cantor que cantante. Marian, batero desde niño trajo sus medallas del punk y del rock, pero es un amante de los ritmos más que de los géneros, y eso lo llevó a tocar murga, samba-reggae, emsambles de percusión, candombe, ritmos peruanos, rumba y boleros. Toda esa data rítmica tarde o temprano se terminan metiendo en cualquier cosa que toque. El Negro con el saxo es otro metódico del estudio, y además trajo mucha experiencia de ensamble melódico absorbida de su propia experiencia en secciones de bronce y como amante del Reggae y el Ska. Pero paulatinamente fue incorporando el clarinete en los arreglos, que con otro timbre aporta otras sutilezas y colores muchas veces balcánicos o aires de música klezmer. Fernanda estudió violín de pequeña en conservatorio. Tocó mucho tiempo en orquesta clásica y trabajó años en la camerata del Teatro Argentino. Después armó su banda de rock en la que cantaba y tocaba la guitarra, tocó tambores y de a poco empezó a transportar toda su técnica académica a la música popular. Desde Lamarencoche, una banda de versiones de música latinoamericana que compartimos por 4 años, pasando por Noches Florentinas y como sesionista de muchas otras bandas, terminó por abandonar lo académico y volcarse de lleno a ésto.


   - En sus conciertos hay, además de lo que ocurre en el plano musical, una preocupación por la estética y la puesta en escena, cómo surge la estética "manija"?

   - La estética visual nació de los primeros tiempos manijas. Por aquel entonces se fundó la Corporeiyon Manija, con Natalia Suarez, Pilar Platzeck, Daniel Lorenzo, Nadia Lozano y Gabriel Herze. Ellos escucharon nuestras malas ideas y las hicieron buenas. Nati y Pili desde el vestuario y escenografia. Dani desde el diseño y la gráfica del primer disco. Nani y Gaby desde lo audiovisual en escena y para nuestro primer video clip que fue con Ni la mano ni la racha.
   Mostramos en escena un vestuario de invierno o verano inspirado en la inmigración y vida portuaria en argentina de los años 30 al 50, que son a la vez las décadas de oro del tango y el ska. Pero siempre usamos nuestras zapatillas en el estado en que se encuentren.




   - Cómo fue su acercamiento al tango? Traía prejuicios? De qué manera se relaciona el tango con la modernidad?

   Yo no me acerqué al tango. Siempre estuvo en mi casa. Mi abuela materna vivía con nosotros y mis viejos laburaban todo el día, asi que mientras aprendía a tocar la guitarra mi abuela Adela administraba el equipo de música y ponía tango toda la mañana. Adela tiene aún, a los 97 años una voz hermosa, y con el escobillón como micrófono, asi de pasada (y con mi distraída complicidad) seguimos cantando tangos a dúo cuando paso por Cipolletti. Mi vieja que heredó esa facilidad para el canto hacía un hermoso dúo con mi viejo que era muy afinado y buen guitarrista de folklore.. Ahora cuando agarro la guitarra en casa de mi vieja, se sienta cerca y tengo que cantar alguna zamba o algún bolero. Así que no pude evitar, o no quise, que el tango y el floklore se metan en mi.
   Cuando armé mi primera banda, acá en La Plata ,empezaba a escribir mis propias canciones, y por supuesto esas letras encontraron en el tango, el floklore y el bolero un vehículo para viajar.. pero además tomaron forma de candombes, milongas, o aires de bosa y samba brasilera. Nadie mejor que el Manu Núñez para forjar ese caminito hace muchos años con La modernidad. Este año estamos presentando nuestro segundo disco, Ciudades.


   - Cuáles son los próximos pasos de El Manijazo?

   - Lo próximo de El Manijazo, es terminar de maquetar el segundo disco y meternos en los estudios para hacerlo real.

sábado, 20 de septiembre de 2014

La azotea/2

   Estamos en la terraza de la Estación, sobre el viejo edificio de 17 y 71. Está empezando el año 2006 y nosotros estamos mirando el amanecer desde ahí, ajenos al mundo, felices, esperando al sol como a una vuelta de página.
   Yo estoy acá, sentado, al lado de Rocío. Rocío es mi compañera. Usa el pelo corto y desparejo, como una Amelie a las apuradas. El viento le adhiere algunas de sus mechas castañas sobre un costado de la cara y estas hacen juego con sus ojos pardos. Así como está, hace juego con el mundo.
   Ahora le da un poco el sol y ella lo mira, masticando unos caramelos que no sé de dónde sacó. Mira fijo hacia la 72 y entrecierra los párpados.
   Da mar.
   Da ese aura de serenidad y tiempo. La miro a ella y me siento re Susanita. Me avergüenza un poco  tanto idilio de cine de autor. Me imagino filmando esta misma escena: ella mirando al sol naciente con una paz única; el medio y el mensaje.
   Porque Rocío es cine. Se lo vengo diciendo desde que nos conocimos. De hecho, fue el tema de conversación que ablandó nuestras cáscaras en aquella fiesta de Trabajo Social. Como estudiaba ahí le pude indicar con facilidad hacia dónde quedaba el baño. Su sonrisa tímida me quedó como una especie de protector de pantalla durante buena parte de la noche. Algo, una corazonada o como se llame, me dijo que parecía ser mutuo. Así que me dediqué a esperar una oportunidad para hablarle.
   Pero claro, no se confundan, no pertenezco a la raza de los osados. No esperen encontrar detalles inspiradores. Sólo alcanza con decir que el lugar (mi temporal casa de estudios) nos llevó a hablar de cine y desde ese momento hasta ahora, en esta terraza, no han pasado cosas demasiado trascendentes, de esas que te cambian la vida. O sí. Pero descubrirlas tal vez sea una cuestión de tiempo.
   Así que ahora estamos amaneciendo en estas alturas, al aire libre, con los bolsillos llenos de sueños y de películas posibles. Ro se lo merece. No es actriz, nada que ver; de lo que hace hablaremos en otro momento. Es otra cosa. Es ella y todas las Rocíos posibles, una infinitud de seres que tienen en común hacer de la belleza y el misterio una sola y misma cosa. Como el vértigo de acercarse al borde y gritar "la puta que vale la pena estar vivo!": una evocación bizarra que te llena de libertad.
  Y de tan libres elegimos, en la intimidad del cielo abierto, entrelazarnos las manos sin mirarnos, no hacía falta, preferimos ahorrarnos el rubor de haber descubierto que ese día era verdad.

lunes, 15 de septiembre de 2014

La azotea

- Ajá, o sea que para vos los problemas en este país se solucionan poniendo pelotas de fútbol en la calle.
- Bueno, no se sí los problemas. Pero seríamos más felices.
- Pelotas de fútbol en la calle.
- Si. Ese es mi plan para recuperar la calle como un lugar de juego. Viste eso de que "bajo los adoquines está la playa"? Bueno, es eso. Todos los tipos de este país son capaces de jugar un picado con nueve desconocidos cuando están de vacaciones. Pero después vuelven a la vida urbana y se olvidan de que se frotaron semidesnudos con otros que no van a volver a ver en la re puta vida.
-Pelotas para todos. Y todas! Nosotras qué?
-Bueno, las pelotas son libres, pueden usarlas, quién te lo impide? Estarían en unos canastos, en esquinas distribuidas al azar cada semana. Entonces, vos llegás a la esquina y, mientras esperás el semáforo, te ponés a hacer jueguitos. Y después por ahí te la llevás un par de cuadras y vas haciendo pases con alguno o le tirás centros a los que esperan el colectivo. Cuando llegás a destino, la dejás en el canasto o se la dejás a otro.
- Pero el tránsito sería un despelote. Además, romperían todos los vidrios. Se cagarían a trompadas cada dos por tres.
- Y, no sé, yo pensaría que si en lugar de ir al laburo puteando por la cantidad de autos voy en colectivo y me hago cinco o seis cuadras jugando a la pelota..
-Qué te hacés el misterioso?
-No me hago el misterioso.
-Si, te hacés el misterioso. Y te sale mal. Ves? Esa cara es. Te crees que estás diciendo algo genial y es una tremenda pelotudez.
-Además, si los tipos andan por ahí jugando a la pelota no tendrían problemas de salir en tetas si quisieran, porque no les van a dar pelota. De esa forma se terminan los piropos que tanto te molestan. Y el temita del soutien.
-No le digas así!
-Bueno! Pero me gusta esa palabra. Es francesa, no? Como lo del mayo francés, lo de los adoquines y la playa.
-Acá debería estar la playa, cruzando la 72. Desde acá tendríamos una vista priviliegiada. O no, Menotteinstein?
-Bajamos?
-Sos lindo cuando te enojás.
-Hacemos la de Alterio otra vez? Dame la mano.
-Dale. Pero no te acerques mucho al borde.
-Vení, vamos para este lado. Acá nomás. Estás? Dale. 1, 2...






jueves, 21 de agosto de 2014

iutorreng

Al final de cuentas, la tarde se había perdido. Seguía siendo domingo por donde se lo mire. Y yo estaba con el tobillo inflamado -presunto esguince- por una torcedura ridícula en el partido de la mañana. Así que encontrar excusas para violar la reglamentación del consorcio e ingresar con bebidas alcohólicas después de las siete de la tarde no era una tarea costosa.
El problema que tenía es que vivía solo. Sí, por rudo que parezca, en ocasiones así vivir solo es un problema. El pie me dolía bastante si intentaba pisar y mi relación con las enfermedades o las disfunciones temporales de alguna parte mi cuerpo suele ser exagerada, épica, para una tribuna imaginaria, con un nivel de esfuerzo que -ay, si lo enfocara a curarme- le deja poco espacio ram a la practicidad.
Es decir que, en vez de preocuparme por encontrar un método rápido para absorber el vidrio del envase en la billetera y evitar los ojodrones inmobiliarios, me la pasaba haciendo piruetas absurdas y muecas de dolor pintorescas, como en una de karate.
Hasta que me decidí y usé el viejo método de la olla de agua caliente para el envase. Como tardaba cerca de media hora, podía aprovechar el autotorrent para mejorar las chances de bloodbike-no la usaba demasiado porque eran preciadas en el mercado negro- así que me puse manos a la obra, saltando en una pata, para no apoyar el tobillo herido. Cuando se bajó el envase a la billetera ya tenía todo listo para salir al expendedor de cervezas. El más cercano de mi barrio estaba a unas veinte cuadras. Podía hacerlas en 40´ sin problemas ni falta de energía.
Pero antes tenía que pasar por el cajero automático. Los gastos de la enfermería me habían liquidado el efectivo a la mañana. 300 ml de spray y 2,34 gr. de ratisalil a razón de $ 985,00. La saqué barata, pero tenía la billetera vacía.
Salí al pasillo del condominio demostrando mi renguera, ayudado por el apoyo en la bloodbike, rumbo al cajero automático de la 7 con la 42. Los ojodrones sobrevolaban el barrio con bastante libertad: los domingos, los pensamientos suelen estar más dispersos en esta zona de la ciudad, por la simple razón de que nadie quiere venir al centro en su único día de parque.
Así que subí la rampa y allí me bajé la bb con dificultad, y entonces dudé en dejarla ahí afuera o entrarla, con el riesgo de que me multen antes de pupilear y me quede sin plata. La indiferencia de la calle me hizo decidir dejarla ahí, por lo que entré sin ella, con tarjeta en mano y el pie a duras penas.
Calculé al voleo que sólo habría dos o tres posibilidades de que los circuitos de ojodrones, zingaros y autos se combinen dejando el punto ciego del estacionamiento de la bicicleta durante el tiempo que durase mi extracción. Por eso fue que cuando vi al pibe armar su sonrisa de jackpot! desde la vereda de enfrente supe que él había pensado antes en ese mismo cálculo; lo deseó con precisión y estaba a su merced. Yo quise pensar en las probabilidades, pero la operación de sacar plata del cajero me ocupaba el 100% del multitask. Lo único que podía hacer era correr. Y era lo único que no podía hacer. Se dan cuenta? Sólo podría salvar mi histórica bloodbike -salvarla de que la destripasen y le pongan un motorcoin; de que su existencia ya no tenga conexión directa conmigo, si es que lograba agitar el avispero drónico como para encontrarla- corriendo hacia ella y cantando pri. Pero era imposible que lo logre. No podía correr. Supe que el maldito me vio renguear, que vio mi gesto de dolor y que lo midió, que vio el momento en que pupileaba la clave en el cajero y me encontraba siendo el puente de dos proppriv´s. Hijo de boludo!!! me grité cuando lo vi treparse justo y salir. Las alarmas del banco se encendieron y aparecieron dos asistentes sociales que estaban de guardia. Ninguna de las dos era especialista en hijos de boludos pero lograron tranquilizarme. En cuanto logré controlar de nuevo la respiración me di cuenta de que se me había parado el pito y me desmayé de la vergüenza. En la caída, me esguincé la muñeca derecha, que era la que tenía la billetera con el envase absorbido.
Cuando me desperté, la médica estaba ahí. Me estampó la boleta en la cara. Todavía estaba pegándose la tinta fosforescente cuando linkeé que estaba en esa situación porque me habían choreado la bloodbike y entonces entendí que había ganado oro en polvo: tenía una historia para contar, una paleta nueva de colores!
Claro que las médicas la vieron mientras sucedía. En cambio, podía ir a la indivitual y exigir un descuento a cambio de contarles la historia a las grises recepcionistas.