jueves, 13 de diciembre de 2012

El día antes

Te me pones cuántica; 
estás aquí y estás allá.
Kiko Veneno
Hace un rato llegué del psicólogo. Me fue excelente, según él. Nunca logro descifrar del todo qué quiere decir con ese excelente. Es probable que tengamos concepciones diferentes de la evaluación. Quiero decir: por lo general, cuando le otorgo a algo la definición de excelente pienso en otra cosa, en algo de otra naturaleza. No en esto.
Esto: un cielo que se va oscureciendo tras la ventana, mientras las plantas de la medianera flamean por el viento y el 307 chirría al doblar la esquina. Y yo, claro. Metido en la cama, pensando en si levantarme para preparar mate y ya quedarme levantado o volverme a hibernar, a rellenar otro fin de siesta sin mano en teta.
Fuera de las sábanas, el sonido del atardecer se parece demasiado al recuerdo que tengo de Laura.
De vez en cuando, con los colores de la tardecita pienso en ella. Pienso, sobre todo, en una discusión tonta con ella. A la distancia, la mayoría de las discusiones resultan tontas. Uno mismo resulta tonto a la distancia. Basta con mirar fotos de algunos años atrás y descubrir que usábamos ese corte de pelo; esa ropa. Ahora nos causa gracia, claro, pero en su momento éramos capaces de defender a muerte las patillas o los pantalones de franela. Cómo te iban a venir a decir que ya nadie se vestía así desde los setenta. Pero era imposible vestirte de otra forma si habías leído un libro de Galeano de más y militabas en incontados productos culturales. A simple vista, era una decantación natural.
Tanto como la solemnidad que motorizaba las pequeñas epopeyas íntimas. Esa defensa acérrima de lo que había que defender. Aún en contra del gusto propio. Recuerdo, por ejemplo, haber defendido a capa y espada al Cuarteto Cedrón, sólo porque el Tata había sido amigo de Cortázar. Laura lo odiaba y yo -a pesar de mi gusto- lo bancaba. Hace poco estaba ordenando unos discos y encontré la edición doble de Página/12. Al ver el nombre en el lomo de la caja, se produjo un rearmado instantáneo en mi estantería mental: pasó a ocupar el lugar de los caramelo media hora en el kiosco de la música.
Ese mismo gusto -el de los media hora; el de la visita a esa tía con bigotes y garfios caza cachetes- es el que me deja el recuerdo de aquella discusión con Laura en un camping de Mar Azul. Laura es de pocas palabras, pero de esas que apuntan directo al cuerpo. En oposición a mi condición filial, ella es hermana mayor, lo que presupone una diferencia sustancial en el historial de discusiones ganadas y perdidas. Discutir con ella era como entrar a una ciudad de post-guerra cubierto con el chaleco antibalas de la pretensión, inútil ante la invisible francotiradora de sarcasmos. Y se sabe que el indefenso suele creer legítimo el derecho de ser más cruel. Como dice Kureishi, herir a alguien es un acto de involuntaria intimidad.
Como también puede ser involuntaria la recurrencia de ciertos recuerdos. El problema de la vida, dice Spinoza, es que se la vive para adelante pero se la entiende para atrás. Así, entonces, me suelo encontrar buceando colores oxidados y virulencias varias que quedaron en el camino, algo así como un back-up con el antivirus vencido.
¿Es fácil precisar qué lugar ocupan las personas que amamos? ¿Es necesario? De pronto la intimidad es una puerta cerrada, una mirada rápida al piso; su cara de hacer sociales. Y en el reverso está el espejo deformante del tiempo y la condición de posibilidad. ¿Hace falta volver a golpear esa puerta? Quizá no, pero suele colarse luz por alguna hendija. Como se cuela ese sabor a cortina metálica que tiene el hecho de encontrar, en la bandeja de entrada, el correo de la agencia Púlsar con el panorama del día. El título ya sugiere la lejanía, la mirada panorámica de lo que ya se fue.
De ese panorama la mitad de las noticias está habitada, generalmente, por campesinos asesinados en algún lugar de Centroamérica o por grupos de desplazados que gritan -a oídos poderosamente sordos- que les devuelvan lo que les corresponde. La otra mitad del panorama refleja los avances en las investigaciones de hechos similares, ocurridos anteriormente.
Una mitad avanza, la otra mitad la queda. Algo parecido a nosotros: amor no es cómo nos tratamos. 
Ahora ya es de noche. No hay caso: el atardecer y Laura hacen buen maridaje; mi propio tour mágico y misterioso. Lo que queda es el lado B del primer plan. Mis dosmil llevarán su nombre, como un mantra -en mil idiomas- hasta que pierda su significado. Involuntario, íntimo y consistente. Como cualquier otro paseo.