jueves, 29 de diciembre de 2011

La insoportable levedad de enero

Ahora, en la soledad de su cueva, cuando ya la totalidad de la ciudad le pertenece, simplemente porque ella no representa un peligro ya que debía estar en Córdoba con su familia, esperando pasar las fiestas y luego zarpar para alguna playa en enero, tal como es, fanática de la playa, como si hubiese sido moldeada en arena y nacida para estar ahí, en su hábitat natural, despojado de su dueña por la fatalidad de haber nacido en las sierras, donde ahora reposaría en una hamaca paraguaya como la que él tiene en el patio y desde donde siente la libertad de la ciudad y, al mismo tiempo, la invasión de una ausencia, un peso significativo no demasiado identificable, una nube a la que suele ahuyentar a pajas, pero que no siempre logra disipar del todo, sino más bien todo lo contrario, como si de la nube se desprendiera una capa tenue, una cáscara débil que tiene como objeto ocultar la verdadera cara de la tormenta, la de ella diciendole desde arriba que le gusta ver su cara al acabar y desaparece en dimmer, dejando caer la soga mientras él mira el cielo por un agujero en su cueva y se queda quieto porque tanta libertad le resulta insoportable.