jueves, 13 de septiembre de 2012

Camiones

A veces imagino que salís a la vereda y que, con un saquito en los hombros y de brazos cruzados, recibís con sencillez los camiones que te envío.
Eso.
Que tengas buen estado de ánimo.
Abrazo.

martes, 4 de septiembre de 2012

Los bordes del vacío

De lejos llega el ladrido de un perro que se confunde con el rumor de los autos que ,a esta hora, vuelan por la 72. A mi lado hay una guitarra dormida y un televisor apagado. Sobre la mesa, un porta-servilletas de diseño sin rollo, una botella vacía, un cenicero lleno y un frasquito de escarbadientes volcado. Eso es más o menos todo.
Quiero decir: no hace falta agregar más nada para situarse en mi lugar. El viento hace crujir la casa y bailotear las bolsas del patio, mientras sólo parece moverse el motor de la heladera. Cuando se detiene, espero. Cierro los ojos y busco el recuerdo de una risa en particular. Una risa recibida en ocasiones de cruda espontaneidad.
Sin embargo, casi nunca llega. Al menos, no con nitidez: no hay recuerdo más impreciso que el sonoro. Reaparece el contexto, la suma de momentos que lograron esa exhalación de felicidad. Por ejemplo, la lectura -en voz alta- de las reglas de un juego de mesa. Parece tonto,  y, sin embargo, no hace falta agregar más nada para que deje de parecerlo. Todos tendemos a reírnos de lo que nos debilita. De esas cosas que, por lo general, nos suele parecer ridículo que nos sucedan. Y las ponemos en juego, precisamente, cuando menos nos conviene.
Esa espontaneidad vulnerable requiere de un otro que la perciba. Pienso que, acaso, esa ausencia de percepción sea la soledad. Pipo dice que la soledad es la de ese que vive en el medio del campo y pasa meses escuchando solamente el ruido de la persiana al chocar contra la pared: "¡miyác!". Yo creo que no es menos cierto que -aún entre paredes pegadas a las de seres que duermen y otros que no- se puede sentir ese "miyác" por dentro, esa persiana que golpea sin que nadie más la escuche en kilómetros a la redonda.
Espero, ahora, que sepan de qué hablo. En el silencio, el recuerdo de una risa es una gubia que talla los bordes del vacío. Una risa así no viene de la nada, eso está claro. En este caso proviene de una mujer. Pero ella es otra historia. Tiempo, por ahora, tenemos de sobra.