jueves, 21 de agosto de 2014

iutorreng

Al final de cuentas, la tarde se había perdido. Seguía siendo domingo por donde se lo mire. Y yo estaba con el tobillo inflamado -presunto esguince- por una torcedura ridícula en el partido de la mañana. Así que encontrar excusas para violar la reglamentación del consorcio e ingresar con bebidas alcohólicas después de las siete de la tarde no era una tarea costosa.
El problema que tenía es que vivía solo. Sí, por rudo que parezca, en ocasiones así vivir solo es un problema. El pie me dolía bastante si intentaba pisar y mi relación con las enfermedades o las disfunciones temporales de alguna parte mi cuerpo suele ser exagerada, épica, para una tribuna imaginaria, con un nivel de esfuerzo que -ay, si lo enfocara a curarme- le deja poco espacio ram a la practicidad.
Es decir que, en vez de preocuparme por encontrar un método rápido para absorber el vidrio del envase en la billetera y evitar los ojodrones inmobiliarios, me la pasaba haciendo piruetas absurdas y muecas de dolor pintorescas, como en una de karate.
Hasta que me decidí y usé el viejo método de la olla de agua caliente para el envase. Como tardaba cerca de media hora, podía aprovechar el autotorrent para mejorar las chances de bloodbike-no la usaba demasiado porque eran preciadas en el mercado negro- así que me puse manos a la obra, saltando en una pata, para no apoyar el tobillo herido. Cuando se bajó el envase a la billetera ya tenía todo listo para salir al expendedor de cervezas. El más cercano de mi barrio estaba a unas veinte cuadras. Podía hacerlas en 40´ sin problemas ni falta de energía.
Pero antes tenía que pasar por el cajero automático. Los gastos de la enfermería me habían liquidado el efectivo a la mañana. 300 ml de spray y 2,34 gr. de ratisalil a razón de $ 985,00. La saqué barata, pero tenía la billetera vacía.
Salí al pasillo del condominio demostrando mi renguera, ayudado por el apoyo en la bloodbike, rumbo al cajero automático de la 7 con la 42. Los ojodrones sobrevolaban el barrio con bastante libertad: los domingos, los pensamientos suelen estar más dispersos en esta zona de la ciudad, por la simple razón de que nadie quiere venir al centro en su único día de parque.
Así que subí la rampa y allí me bajé la bb con dificultad, y entonces dudé en dejarla ahí afuera o entrarla, con el riesgo de que me multen antes de pupilear y me quede sin plata. La indiferencia de la calle me hizo decidir dejarla ahí, por lo que entré sin ella, con tarjeta en mano y el pie a duras penas.
Calculé al voleo que sólo habría dos o tres posibilidades de que los circuitos de ojodrones, zingaros y autos se combinen dejando el punto ciego del estacionamiento de la bicicleta durante el tiempo que durase mi extracción. Por eso fue que cuando vi al pibe armar su sonrisa de jackpot! desde la vereda de enfrente supe que él había pensado antes en ese mismo cálculo; lo deseó con precisión y estaba a su merced. Yo quise pensar en las probabilidades, pero la operación de sacar plata del cajero me ocupaba el 100% del multitask. Lo único que podía hacer era correr. Y era lo único que no podía hacer. Se dan cuenta? Sólo podría salvar mi histórica bloodbike -salvarla de que la destripasen y le pongan un motorcoin; de que su existencia ya no tenga conexión directa conmigo, si es que lograba agitar el avispero drónico como para encontrarla- corriendo hacia ella y cantando pri. Pero era imposible que lo logre. No podía correr. Supe que el maldito me vio renguear, que vio mi gesto de dolor y que lo midió, que vio el momento en que pupileaba la clave en el cajero y me encontraba siendo el puente de dos proppriv´s. Hijo de boludo!!! me grité cuando lo vi treparse justo y salir. Las alarmas del banco se encendieron y aparecieron dos asistentes sociales que estaban de guardia. Ninguna de las dos era especialista en hijos de boludos pero lograron tranquilizarme. En cuanto logré controlar de nuevo la respiración me di cuenta de que se me había parado el pito y me desmayé de la vergüenza. En la caída, me esguincé la muñeca derecha, que era la que tenía la billetera con el envase absorbido.
Cuando me desperté, la médica estaba ahí. Me estampó la boleta en la cara. Todavía estaba pegándose la tinta fosforescente cuando linkeé que estaba en esa situación porque me habían choreado la bloodbike y entonces entendí que había ganado oro en polvo: tenía una historia para contar, una paleta nueva de colores!
Claro que las médicas la vieron mientras sucedía. En cambio, podía ir a la indivitual y exigir un descuento a cambio de contarles la historia a las grises recepcionistas.