viernes, 3 de diciembre de 2010

Carta a una desconocida

Creo que creo en lo que creo que no creo.
Y creo que no creo en lo que creo que creo.
Oliverio Girondo


Creo que crees en tu padre y en el mar. A veces, sin saber por donde empieza, piensas en el mar y al mismo tiempo te invade una extraña sensación, como si visualizaras a tu padre en soledad, getting the blues, y buscas monedas para llamarlo de un teléfono público (así lo hacías antes de procurarte un teléfono móvil y así lo seguirás haciendo). Y ambos saben, aunque hablen de los muertos recientes del pueblo o cosas así. Luego, casi siempre es de noche, aparecen Lou Reed o Caetano como un soundtrack casi de memoria.
Te gusta volver al pueblo. Especialmente en las fechas en las que no va casi nadie, aunque en ocasiones te resulta lindo hacerlo en un fin de semana largo y hacer una escapada a la playa con la gente amiga.
Del mar, lo que más te gusta es mirarlo y caminar por el vaivén de la orilla, con las zapatillas en la mano, generalmente en la que da al agua (te gusta más ir del lado derecho y volver del izquierdo). Te agrada oír el murmullo de  las olas, aunque casi nunca escuches esa parte de tu nombre.
Sabes contemplar, aún cuando camines rápido o andes de un lado a otro, cargada de actividades, de reunión en reunión. Es una contemplación activa, desde la que construyes tu propio universo, ajustando los colores a una expresividad propia, afirmando eso del cristal con que se mira y miren también ustedes, dicho con toda humildad. Compartirlo. Es algo así.
Por eso, eres muy buena para trabajar en equipo, te gusta hacerlo. Pero, a veces, necesitas una actividad solitaria, una afirmación de tu mirada del mundo. Sabes sacar buenas fotografías.
Hay nombres que te resultan graciosos y cuando escuchas alguno, te brillan un poco los ojos y sonríes para adentro, con el aire de travesura con el que sacabas caramelos del aparador de tu abuela. Durante mucho tiempo, creíste que ella no lo sabía y eso te hacía sentir un poder íntimo, como un secreto que te fortalecía. Luego te diste cuenta de que lo supo desde siempre y procuraba que el frasco no se vaciara. De todas maneras, cuando vas a su casa, hurgar en la caramelera esmerilada es una de las primeras cosas que haces. Y siempre sonríes entonces. Igual que cuando escuchas a alguien decir: “le faltan un par de caramelos del frasco”.
Visitar a tus abuelos te produce un placer sereno. De ellos aprendiste a necesitar poco y valorar lo simple, lo despojado, lo antisolemne. Sin embargo, sabes que con ellos nunca podrías mirar una película de Cassavettes. Pero ella hace el pan casero más rico del mundo.
Te gustan los libros de Manuel Puig, la delicada descripción de quien construye su propio mundo en los cines de un pueblo. En poesía, prefieres a las mujeres y a los malditos. Pero, entre todos y sobre todo, a Pizarnik. Yo no sé de pájaros / no conozco la historia del fuego / pero creo que mi soledad debería tener alas.
Entiendes la puntualidad como algo que le pasa a los otros y sueles olvidarte menos cosas de las crees.
Eres buena conversadora y cuando vas a un bar o una reunión social, te molesta si el volumen de la música es demasiado alto y hay que exagerar los gestos o gritar marranalmente.
No necesitas moverte mucho para ver las cosas de un lugar diferente, pero si hay algo que te encanta, es viajar. Ir y volver e ir y volver e ir. Y siempre , siempre, regresas al mar, como dice Nicanor Parra: es que, en verdad, desde que existe el mundo, / la voz del mar en mi persona estaba.