sábado, 27 de noviembre de 2010

Fotos











Imagen: Pao Buontempo.



Siempre regreso al lugar del crimen. A veces pasa demasiado tiempo, tanto
que llego a pensar que no lo haré. Pero sí. Regreso.
 Otras veces, apenas si llego a cambiarme de ropa, arrojar en un cubo de
basura el traje manchado de sangre y agonía y presentarme indemne a
observar las pesquisas, las primeras elucubraciones, las voces confundidas
que buscan, en vano, una explicación. Algo.
 ¿Y por qué vuelvo?
 No lo sé. Tal vez sea como esos pintores que necesitan alejarse un poco de
la tela para ver la totalidad del conjunto o vaya a reconstruir todo a
partir de pequeños fragmentos de deshechos que nadie más ha podido notar.
 O quizá regrese para poder ver lo que no hice, todas las posibilidades que
quedaron en el camino por haber elegido una.
 No lo sé.
 Sin embargo, hoy, aquí, vuelvo para confirmar que nada ha cambiado. Esa mujer que
duerme de costado en este tibio atardecer y en todos los atardeceres que
queden, constituye el cénit de mi obra, el crimen perfecto. Una mujer, si.
 Duerme su sueño eterno trasmutada en arena, rama y cielo. Tal vez no
duerma y mire la orilla.
Es curioso que el resultado más acabado de mi arte es, al mismo tiempo, lo
que más tristeza me produce. La perfección es triste.
 Esa mujer, canela y tilo, trae sal a mi boca algunas madrugadas y no hay
vaso en la mesa de luz que alcance.
 En esos momentos, pienso en retirarme. Bebo tembloroso (sí, desde hace un
tiempo también yo tiemblo un poco) hasta la última gota, el pecho
 humedecido de agua y sudor. Clavo mis ojos en el paisaje que cuelga frente
a mi.
Ese hombro desnudo al viento, como un agujero de luz en mi pozo vertical.
 Me hundo hacia fuera hasta que me duelen los ojos. Y mis manos viajan a mi
boca, ahogando el grito que tantas veces dejé caer en todas las escenas de
todos los crímenes a las que siempre regreso.

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Imagen: Pao Buontempo



Otro amanecer en la tierra. En la arena. Veo esparcidas las estrías que
denuncian el haberme parido. Qué decir de mi sombra. Esa suerte de oscuridad
que abrazo y alejo,
que en mi vibración se vuelve, al menos, sepia. Es mi amor desparramado al
suelo, mi vocación errada; mi amor oscuro. mi amor en sepia. El torrente de
mi savia que se espesa poco a poco, arropado por el infinito verde que besa
el suelo que me contiene.
Alzo mis brazos a las caricias del otoño, del amarillo que alimenta y
abriga, bailo, en la cuerda de la brisa y me trago de un sorbo las nubes.
Así me ven.
Y sin embargo, la soledad no está en mis ramas; está en las pisadas que
sobreviven a pocos metros de mi sombra.

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