jueves, 4 de noviembre de 2010

El inoportuno transeunte

Historias donde un hombre solo se hundía, escuchando
lo que no debía, en una locura sin manual de instrucciones.
Rodrigo Fresán

Cuando la vieja salió al balcón a regar las plantas no sabia que
ese simple hecho, tan cotidiano, tan repetido, con abnegación, como si fuera realmente lo más importante del mundo para ella, aunque tantas veces se había dicho que quería cambiar algunos malvones de lugar, pero al final, como en las casas donde los arreglos provisorios quedan para siempre, todo quedaba en su mismo sitio, y la vieja pues, lo deseó y atención, mucho cuidado con lo que se desea, porque puede cumplirse y luego, entonces, las cosas que cambian de sitio, pero no al esperado, no al otro extremo de la balaustrada, sino que, por una torpe manipulación de la regadera, la maceta fue a dar a la cabeza de un inoportuno transeunte.
El inoportuno transeunte, que decidió por una vez cambiar su rutina y sorprender a su novia apareciendo por su casa sin previo aviso luego de salir del trabajo, iba con una sonrisa florecida, como pájaro con las alas desplegadas, probando distintas maneras de caminar, a saber: un poco más canchero; un poco más chueco; un poco vacilante; un poco apurado; un poco borracho. Feliz de haber alterado el curso corriente de las cosas, pobrecito, (nos permitimos opinar luego de los acontecimientos, cosa que no quiere decir que no haya que intentar cambiar el orden de las cosas, desde aquí se puede medir la pobrecitud, por decirlo así de ese inoportuno transeunte que decíamos,) caminaba por calle 55 y no tuvo ni tiempo de sorprenderse cuando la maceta de unos cinco kilos (quizá pesaba un poco más si la vieja había logrado regarla, no tenemos datos precisos acerca de la constitución completa de la maceta antes de ser un, literalmente, rompecabezas en la vereda) le dio de lleno en la testa.
Su novia, que también había tenido un rapto de cambiar lo cotidiano, en semejanza con el inoportuno transeunte y aún con la vieja, aunque esta última no se lo propuso de manera consciente, sino más bien, le afloró (el término intenta carecer de toda ironía, pero desde aquí, se nos hace difícil no hacerlo, aunque podríamos elegir otro verbo, no lo haremos) su deseo inconsciente de alterar la disposición maceteril, decíamos, la novia, entonces, tan ducha en inventar pequeñas ceremonias para desglosar el día a día, decidió salir a leer a una plaza, no a la que lo hace habitualmente, sino a una más alejada, así podía caminar más, (aunque no sea importante para la historia que es referida aquí, decimos que el libro que se llevó es Trabajos manuales, de Rodrigo Fresán, del cual anotó en un cuaderno la cita que aquí es usada como epígrafe, por la misma razón que ella la anotó, es decir, por ninguna) dejando en su casa, sobre un puf amarillo al que le hacía falta un poco de relleno, el aparato de telefonía móvil más conocido como el celu.
El aparato de telefonía móvil, de aquí en adelante el celu, que también veía alterada su rutina de sonar y vibrar y encender sus luces en la oscuridad de la cartera de la novia del inoportuno transeunte y soportar ser golpeado por llaves, agenda, toallitas, pañuelos descartables, neceser, llaves de nuevo hasta que dieran con él, desesperado por no quedar marcado con la tan temida llamada perdida y ser objeto de alguna que otra puteada, se encontraba entonces, desconcertado en un puf, al que no se imaginaba que tenía que compartir con el perro de ella, que por entonces lo confundió con uno de sus juguetes, dejándolo inutilizable.
El cuadro situacional, entonces, es el siguiente (desde aquí creemos conveniente hacer resúmenes cada tanto para que no se pierda el hilo, para que el relato pueda seguir su curso y llegar al puerto al que por ahora queremos dejar en suspenso, mientras usted se pregunta hacia dónde queremos ir; es por esta razón que insertamos estos cuadros situacionales, para que usted no se pierda y pueda disfrutar de una historia tal vez inacabada, quién puede realmente establecer si las historias terminan cuando se pone un punto, un punto que es a la vez el último peñasco antes del abismo, el límite ante el cual las letras que son recorridas de izquierda a derecha se frenan de golpe, de otra manera no tendría sentido el punto, seguramente usted recordará que hay puntos y seguido, puntos y aparte y puntos finales y sin embargo, usted puede dejar de leer en cualquier momento y no tendrán sentido entonces y tal vez, ahora que lo pensamos, sea mejor continente un parentesis de cierre) ya que da la sensación de que las letras no pueden saltarlo, como a veces sucede con los puntos y las historias no terminan de cerrarse y a veces mejor así o no. no sabemos)
Por lo cual, el inportuno transeunte, o mejor dicho, los médicos que atendieron al inportuno transeunte por fractura de cráneo con perdida de masa encefálica pero ganancia de abono de primera calidad, no podían y no podian establecer comunicación con su novia. Se sabe que los médicos suelen tener un humor un tanto corrosivo en determinadas circunstancias y esto se dio cuando revisaron los mensajes del inoportuno transeunte (el amor se ve distinto desde afuera) con la excusa o tal vez el verdadero fin de poder contactarse con alguien cercano que pudiera acompañarlo en tan inesperado y duro trance.
La vieja, inmediatamente después de que se cayera la maceta, se metió en su casa y subió a-todo-lo-que-da el volumen del televisor, intentando olvidarse del asunto y no querer enterarse si alguien había resultado herido, cosa que hizo que su marido se despertase y la encontrase pálida, lo que se dice como una hoja, o más precisamente como un papel, y que, debido al volumen tan alto del televisor, tuvo que gritarle para que reaccionara, y provocarle así un inapropiado infarto.
La novia del inoportuno transeunte regresó a su casa, encontró el celu destrozado, se la agarró con el perro, luego se arrepintió y más tarde pensó que debería llamar a su novio para comentarle que estaría sin aparato de telefonía móvil y en buena hora pudo hacer gala de su buena memoria y marcar el número que ya no podría chequear en la memoria del teléfono. Una vez hecho el llamado, se sorprendió por la voz que le llegó a su receptor, ya que no era en modo alguno la de su novio y se le cruzaron rápidamente una serie de ideas infelices acerca de la suerte de él, más nunca la que recibió sentándose en el puf amarillo al que le hacía falta un poco de relleno y comenzaba a inundarse de lágrimas mientras el perro se acercaba a compartir su desconsuelo.

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