lunes, 30 de agosto de 2010

De quijotes y gitanos

   En mi casa no había discos. Mi viejo escuchaba música de la radio. Creo que podría reconstruir su vida, su cuidada rutina a través de la radio, de lo que oía. A veces yo volvía a casa a eso de las siete de la tarde y lo encontraba sentado en la cabecera de la mesa, la sombra recortada en el vano de la puerta, en cueros si era verano, una especie de buda venido a menos con la noblex carina encendida a un costado.

   A esa hora escuchaba radio tres arroyos, un programa de folclore y de tango, mientras miraba por la ventana hacia la calle. Luego el noticiero. Recuerdo especialmente una frase del locutor cuando presentaba la sección de box: decía: “el mundo de las narices chatas”, con una incierta picardía y complicidad que a mi me causaba mucha gracia. Después cambiaba el dial a radio rivadavia, la oral deportiva. Entonces se levantaba y se ponía a cocinar.
   La cocina estaba a unos pocos metros detrás de su asiento de oyente. Cada tanto regresaba y se sentaba, mientras guisaba algo sencillo, a veces con poco, pero siempre eficaz. Fumaba particulares 30 y el mantel de hule tenía en un costado algunas quemaduras que probaban la ineficacia del cenicero, que ante la menor distracción dejaba caer el cigarrillo. Algunas de esas marcas pasaron a la mesa de madera, dejando lunares informes junto a las vetas y los nudos. Esa cabecera era la que usaba la abuela Tita para amasar. Cuando yo era más chico, a la hora de comer, el lugar era propiedad de mi tío Néstor.
   En las épocas en que teníamos cable, a la hora de cenar mirábamos el televisor. Comíamos en silencio, a veces algún comentario de algún partido o una noticia o lo que fuera que estuviéramos viendo. A esa altura de la noche ya se sumaba mi hermano, el loco, como le decía mi viejo cuando me hablaba a mí de él o nos referíamos entre nosotros. Para él, yo también era el loco. Si no había cable, entonces, el silencio. La radio era su ceremonia íntima, discreta y solitaria.
   Por las mañanas escuchaba también radio tres arroyos. Aunque la aguja del dial o la regla con la referencia de las frecuencias desaparecieran, creo que hubiera podido realizar de memoria el cambio de sintonía diaria de tres arroyos a ridavavia, sin ninguna otra referencia, como si en sus dedos estuviera condensado su espacio de éter. El resumen de la mañana incluía un micro sobre mi pueblo, que también escuchaba mi tía desde otra ciudad, dónde vivía desde antes que yo naciera o desde que yo recuerdo o desde siempre.
   Pienso que aunque no tuvieran interés en escuchar nada de lo que pasara, cada uno pensaba en el otro a 80 kilómetros de distancia y ese era el fin de escuchar las noticias, estar juntos, mientras la voz asordinada del locutor, como si transmitiera desde un refugio antiaéreo, les acercaba las últimas novedades. Los imagino unidos, pensando uy, mirá quién murió, seguro él/ella se acuerda. En la simultaneidad del aparato radiofónico los veo a ellos, viviendo también lo simultáneo de su tiempo juntos.
   Alguna vez, no recuerdo exactamente cómo ni cuándo, tal vez mientras mirábamos el festejo de su cumpleaños o alguna noticia sobre una internación reciente, mi viejo mencionó que la tía era fanática de Sandro. Dijo sólo eso y yo me sorprendí. Le pregunté acerca de ese gusto musical secreto para mí en ese entonces y me contestó que le gustaba de siempre. Siempre, en alguien como él, era una categoría más que absoluta, casi como si no hubiera otra posibilidad. Es fanática, reiteró con un gesto divertido.
   La realidad de mi conocimiento de la tía contrastaba con el fanatismo que veía por la tele de “las chicas”, ese colectivo fervoroso, inclaudicable y gritón que vivaba al ídolo para su cumpleaños o lloraba y rezaba en sus internaciones. Mi tía no entraba en ese esquema, pero fue la primera mirada cercana a “la música” que encontré en mi familia, excluyendo a mi hermano, que fue quien me hizo conocer algo de rocanrol.
   Alguna navidad, pasamos a saludarla. Estábamos todos algo borrachos y divertidos y recordé su fanatismo por Sandro. Para ese entonces ya había conocido a los Beatles y en alguna ocasión, de casualidad seguramente, escuché una versión de we can work in out en castellano, cantada por el gitano en su primera época. Esa noche, mientras los más chicos se mostraban entusiasmados los juguetes encontrados en el arbolito, insistí en escuchar esa canción.
   Encontré una colección de discos de Sandro, de varias épocas y por fin encontré ese tema. Nos dedicamos a bailar un poco, nos dejamos llevar por la ligereza que nos propuso el brindis y compartimos eso de que “nosotros podemos hacerlo”. Life is very short and there’s no time for fussing and fighting, my friend. Si, la vida es demasiado corta, pero nosotros estamos aquí, y nos decimos que podemos hacerlo, que estamos juntos por otro fin de año, por otro año más, que miramos crecer las crianzas, que crecemos con ellos y y que formamos un pequeño ejercito loco, un puñado de quijotes de varios tamaños, dispuestos a no dar el brazo a torcer por más gigantes que se nos planten en el horizonte. Eso.

1 comentario:

  1. Increíble, pero vi todas las imágenes. No se si las recordé o las robe... no se si la nobles Karina tenga dueño o sea un común denominador para toda una partida de muñecos descosidos.

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