sábado, 28 de agosto de 2010

Asulunala
















Como todos los veranos, una vez pasado el año nuevo, Carolina emprende el viaje de vacaciones con sus padres y su hermano a Mar del Plata. Se sienta en el asiento trasero, sobre la derecha y en casi todo el tiempo que dura el viaje apoya su cabeza contra el vidrio y mira hacia el campo infinito al costado de la ruta. Su hermano, apenas salen de la ciudad, intenta molestarla pero al poco tiempo se aburre ante su apatía y se queda leyendo unas revistas de historietas.
Ella está muy ansiosa porque siempre llegan los Reyes Magos cuando están en la costa. Para este año, igual que todos los anteriores, Carolina pide una muñeca. Nunca llega exactamente la que quiere, y esto es algo que la entristece los primeros días. Al tiempo de descubrir el paquete sobre los zapatos, es invadida por una sensación de felicidad en principio, de duda, luego y finalmente de desazón, al comprobar que este año otra vez no hay Barbie.
No obstante, de a poco empieza a querer a su nueva muñeca. Al principio le cuesta porque ve en ella la razón de su tristeza, pero a la vez también le parece que podría haber sido peor y termina contenta buscándole un nombre. Casi siempre la termina bautizando una vez subida al auto, para el viaje de vuelta, algo que a veces la amarga porque cada uno de los nombres de las muñecas significan el fin de las vacaciones.
Año tras año las cosas suceden de una manera más o menos similar . Y aunque todos los integrantes de la familia pudieron haberlo sospechado, no lo hicieron y la excepción a esa rutina, que confirmó quién sabe qué regla, los tomó por sorpresa.
Uno de los elementos troncales por los que el orden establecido de los veranos se desmoronó es que los reyes magos no existen. Le da mayor gravedad al asunto el hecho de que Carolina no lo sabe. Así las cosas, la tarde previa se dispuso a juntar el pasto y el agua, no vaya ser que no encuentren provisiones y se vayan sin dejar los regalos.
Durante casi todo el tiempo que dura la cena, los padres patean por debajo de la mesa ante cualquier comentario que intenta hacer Lucas, el hermano de Carolina y lo desaprueban con la mirada. Carolina no entiende, pero sospecha que se trata de algo malo y en el fondo la entristece el comportamiento de su hermano, porque si sigue así, este año no tendrá pelota nueva.
Y este año, Carolina tiene puesto todo su empeño en apoyar el deseo de que le traerán la muñeca solicitada. Todas las acciones que rigieron su comportamiento durante los últimos trescientos sesenta y cinco días estuvieron destinadas a que el 6 de enero le llegaría su Barbie.
Había cumplido siete años en agosto y quiere y no quiere ser grande. Quiere ser grande cada vez que le dicen que es chiquita para entender ciertas cosas y que no se meta en las conversaciones de los mayores. Quiere ser chiquita cuando le dicen que ya es grande para hacer ciertas cosas y que tiene que entender que eso no va con la edad que tiene.
La condición económica de los padres les permite alquilar un departamento ni muy lejos ni muy cerca de la playa, por unos diez días, donde terminan de cenar y la madre lava los platos con minuciosidad, mientras el padre fuma un Particulares 30 sentado a la mesa esperando el Rotativo del Aire, siempre antes con la verdad.
Carolina se cepilla los dientes con la puerta del baño entreabierta y ve cómo su madre habla con Lucas acerca de algo que no puede oír, pero que sabe que la incumbe, en tanto el dedo índice de su madre se acerca y se aleja amenazante de la nariz filosa de Lucas y la mira de reojo en su aseo bucal.
¿Qué pasa mamá?, pregunta Carolina antes de secarse la cara. Nada, hija, no quiero que tu hermano te moleste. ¿Se va a quedar sin regalos, mamá? , pregunta de nuevo dejando asomar un temprano atisbo de conciencia social. No, hija, dice de nuevo la madre. No se va a quedar sin regalos. Luego la abraza y le dice que vaya a verificar que el pasto y el agua están en su lugar, así puede irse a dormir tranquila.
SÍ, el agua y el pasto están en su lugar, aunque estos hechos por sí solos no hacen al dormir tranquila de Carolina, que siente como aguijones en la panza, deben ser los nervios. Entonces, como cada vez que se pone nerviosa, Carolina repite la palabra mágica: “¡asulunala!” y cierra fuerte los ojos. “¡Asulunala!” y abre los ojos porque le duelen.
Su hermano mayor, Lucas, acostado en la otra cama, escucha la repetición y le pregunta que está diciendo. Nada, dice Carolina. Te escuché, afirma Lucas. No dije nada, bobo, contesta conteniendo una inesperada lágrima.


-¡Sí qué dijiste! Y no me digas bobo, Chilindrina.


-No me digas Chilindrina. Bobo.


-¿Qué estabas diciendo?


-Nada te dije, nada. Dejame dormir que si estamos despiertos no van a venir los Reyes.


-No van a venir.


-¿Qué sabés? Malo, no digas eso. Van a venir y vas a ver que este año me traen la Barbie. Y a vos no te van a traer nada, porque sos malo conmigo.


-Yo sé. Si me decís que estabas diciendo te digo si vienen o no.


-¿y vos cómo sabes? ¿Es lo que te decía mamá hoy? ¿Por qué a vos te dijo y a mi no?


-No es lo que me decía mamá. Yo sé. Soy más grande. Palabra de explorador galáctico.


-¿Palabra de explorador galáctico?


-Si. Dale, decime que decías.


-Pero me tenés que dar tu palabra de explorador galáctico que no vas a decir nada.


-Palabra de explorador galáctico. Chocá los dedos. Hecho. Decime.


-Pero no le cuentes a nadie.


-No.


-Es una palabra mágica.


-¿Una palabra mágica?


-No te rías.


-No me río. ¿Qué magia hace?


-Viajo.


-¿A dónde?


-Al mar y al cielo, como cuando vamos a la escollera a acompañar a papá a pescar. Pero más lejos, es otro lugar, no Mar del Plata.


-¿y para qué vas?


-Para que se me vayan los nervios y el miedo.


-Yo también quiero ir. ¿Cuál es la palabra?


-No te voy a decir.


-¿Cómo que no? ¡Me diste tu palabra de explorador galáctico! Decime o no te digo la verdad de los Reyes


-¿Qué verdad? Estás mintiendo.


-Yo sé. Ya te dije. Dale, decime cuál es la palabra mágica y te guardo el secreto. Un explorador galáctico sabe guardar secretos.


-No sé.


-Sí que sabés.


-Bueno. Es “asulunala”


-¿”Asulunala”?


-Sí.


-¡”Asulunala”! ¡”Asulunala”!


-¡Basta, bobo!


-No funciona. ¿De dónde la sacaste?


-¡Conmigo funciona!


-¿De dónde la sacaste? Si es mágica de verdad tiene que funcionar conmigo también.


-De la canción de la bandera.


-¿De dónde?


-De la canción de la bandera.


-(…)


-“Asulunala el color del cielo. Asulunala el color del mar”. ¡No te rías, bobo! ¡”Asulunala”! ¡”Asulunala”! ¡”Asulunala”! ¡”Asulunala”!


-No me río, no me río. Pará, no llores. Vas a despertar a mamá. No me río, mirá, mirá. Sacate la almohada, mirá.


-Salí de acá, malo. Me lo habías prometido. No sos explorador galáctico.


-Sí que soy. Dale, mirame y te digo la verdad de los reyes. Dale.


-(…)


-Dale, Caro.


-Vos no sabés, me mentiste.


-Sí qué sé. Sí qué sé. Hay Barbie. Este año hay Barbie. Palabra de explorador galáctico.


-Me hiciste llorar, bobo.


-Los exploradores galácticos no dicen “bobo”. Vamos a dormir. Te quiero, Chilindrina.


-No sé.


-Palabra.


-Yo también, bobo. Palabra.


Carolina da vuelta la almohada para no dormir sobre el lado húmedo de lágrimas y gira hacia la pared. Su hermano, Lucas, la mira, apaga la luz y le sopla un beso de los dedos de su mano. Se duermen.
Al poco tiempo de dormirse Carolina tiene un sueño. Se encuentra en Asulunala, volando sobre una alfombra cuando de pronto se forma una nube, que luego se oscurece y desde la cual surge la figura de su madre, agitando una mano en infranqueable vaivén con un enorme dedo índice como punta de lanza, mientras se forma, detrás, una nube con la figura de su hermano, desternillado de risa.
Carolina despierta con un sobresalto y se apoya sobre ambos codos. Espera un tiempo prudente hasta acostumbrarse a la penumbra. Ve que, bajo la puerta del comedor, una ingenua línea de luz se acuesta sobre el parquet del dormitorio. Se levanta con cuidado, creyendo que los latidos de su corazón despertarán a su hermano. Intenta ver por la cerradura, con resultado negativo. Abre la puerta y corre. Corre hasta el comedor donde están los zapatos y encuentra a su mamá quitando el pasto y el agua de los recipientes puestos a tal fin, con el paquete de una inconfundible Barbie en la mano.

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