martes, 19 de octubre de 2010

La huerta colgante

a Pili, por la anécdota y las risas


Es como ser estudiante y no tener los libros, dijo Pilar a risa limpia. Todos rieron con ella, siempre tuvo una especie de don para hacer propagar las sonrisas. Durante dos meses estuvimos vedados de ir a visitarla. Estaba preparando algo en su casa y no podía ser visto antes de tiempo. Como la novia antes del casamiento, decía cuando insistíamos mucho.
Cuando estuvo listo nos citó a todos.
Nos juntó en la vereda y nos vendó los ojos. Recorrimos como un tren absurdo y titubeante los veinte metros por el pasillo, la mano de uno en el hombro del vagón precedente.
Finalmente llegamos a la puerta y nos amuchamos para entrar.
La primera reacción fue de absoluta sorpresa, una risa reprimida hasta el momento de mirarnos entre nosotros y hacer montoncito con las manos, los ojos bastante abiertos. El asombro colectivo debió hacer vibrar los demás departamentos. A Pilar nunca la vi tan feliz. Con las manos en los bolsillos, levantó los hombros con falsa ingenuidad y soltó aquello de que es como ser estudiante y no tener los libros. Y luego agregó: ¡cómo iba a estudiar cocina sin tener mi propia huerta! Les presento a mi huerta colgante, e hizo un ademán de torero con la mano.
Entonces empezamos la recorrida.
El departamento tenía un living comedor bastante amplio, o al menos así lo recordábamos. Ahora estaba invadido de cajones de madera colgados a diferentes alturas. Algunos tenían lámparas adosadas como apéndices luminosos. Otros estaban cubiertos con nylon. Uno solo estaba completamente tapado por una tela blanca con un dibujo de Batu en el centro. Es original, dijo Pilar. A mi me gusta más Liniers, agregó Ayelén. Yo soñé con un personaje de Macanudo, dijo Fran. Lo voy a dibujar para mandárselo, comentó luego y se fue a buscar un vaso de agua.
De todos los cajones de la huerta colgante pendía un pájaro de papel con cartoncitos de diferentes colores que daban nombre a las hortalizas y aromáticas que a esa hora dormían su artificial fotosíntesis.
Me halagó sobremanera que el cajón de los zapallos llevara mi nombre, junto al esplendoroso “cucúrbita máxima”. Esos son difíciles, dijo Pilar. Pero a la larga rinden. Son buenos. Le pregunté si me podía  hacer un cartelito igual para llevarme, pero ella ya estaba junto al Batu, tratando de congregarnos a todos a su alrededor.
Juntó sus manos en la espalda y a medida que hablaba daba pequeños saltos aunque, en realidad, nunca se desprendió del suelo, sino que se inclinaba hacia arriba, suspendida en puntas de pie mientras decía que esa noche era muy especial, ya que, como siempre dice su madre, las cosas caen de maduro y en esa oportunidad íbamos a poder presenciar el primer acto de madurez de la huerta colgante. Dos veces se sopló el flequillo y acto seguido corrió el lienzo como quien descubre una escultura.
Apareció un hermoso tomate, con forma muy propia, un culito rojo del tamaño de una pelota de tenis. Pilar lo miró orgullosa. Juampi comenzó el clásico aplauso de las películas, que según la vaca cinéfila (esto lo agregó más tarde Ayelén cuando esperábamos el  202 en Parque Saavedra) siempre suceden luego de que el héroe se vea apabullado por las injusticias y se manda un discurso que termina por convencer a los indecisos y hasta arranca algunas lágrimas. Yo no le dije nada, pero nunca vi ese dibujo y en definitiva eso que dice es un poco así. Todos aplaudimos, claro, y Pilar acarició el tomate y dijo que era cuestión de tiempo.
 Tengo un hambre incipiente dijo Vane, Andrés la cazó al vuelo y dijo “a desalambrar” y todos nos sentarnos en ronda, ante el fastidio de Vane que decía que el adjetivo estaba bien usado. Andrés entonces comenzó a esgrimir argumentos y el resto, el jurado, silencioso y expectante debíamos establecer el veredicto y el castigo al perdedor.
Ponencia de Andrés: Cuando veníamos para acá dijiste que tenías hambre y compramos unas pepas de salvado, por lo que la ausencia de hambre no puede ser total, requerimiento imprescindible para la incipiencia del mismo. He dicho.
Defensa de Vane: en primer lugar, resulta arbitrario el requerimiento de imprescindibilidad. En segundo lugar, las circunstancias previas a la cena que vamos a tener proporcionan un marco contextual adecuado para que el hambre (no saciado completamente hace unos cuantos minutos) sea incipiente. He dicho.
Casi que el jurado no dudó  y le dio la razón a Vane, con el clásico grito al unísono de “pasa la bici”, señal de que queda absuelta de propinar alambres espinosos en el discurso.
Mientras nos juntábamos para formular la prenda que le correspondía a Andrés, Pilar dijo que estábamos casi en hora y dejamos el tribunal para más adelante y nos pusimos a esperar el desprendimiento del tomate.
Ayelén puso música, Lenine, O dia que faremos contato y a todos nos pareció apropiado. Nos abrazamos y pusimos debajo del cajón la tela como bomberos esperando que el tomate se arroje desde las alturas. Se sintió un crujido muy leve, el culito comenzó a bambolearse muy despacio, en verdad estábamos muy concentrados como para percibirlo y finalmente, el cric decisivo, el orgasmo verdulero, la pequeña muerte que lo traía hacia nosotros, humildes testigos del milagro del tiempo que lograba la madurez suficiente para que todos estuviéramos ahí, celebrando, juntos, riendo desternillados, nosotros, hermosos muñecos descosidos, felices en el brillo de los ojos que se encontraban al vuelo.

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