lunes, 20 de septiembre de 2010

Primavera disgregada

Love is not some kind of victory march
Leonard Cohen

Una sonrisa sin contexto, una mano crispada fuera de la foto.
Roberto Bolaño

Noche. La última de un invierno que se hizo presente con fuerza y furia serena; la luz oblicua y amarilla de varios meses que ahora parece aclararse de a poco, sin apuro, con la confianza de lo inevitable. Enderezarse.
Salgo al patio a fumar un porro y tomar aire fresco. La luna cuelga casi llena, un agujero de leche sin redondez definida en el manto oscuro que se aleja y me contiene. La frasada no es la frase. Sobre el tapial encuentro a Bolaño, un gato que visita mi casa de vez en cuando y que algunas noches crudas se ha quedado a dormir en un almohadón que, desde hace tiempo, ya no sostiene tu sueño, tu pelo negro revuelto.  
Bolaño me mira como si quisiera transmitirme toda la paz gatuna del mundo. Entiendo: a su modo ese gato es todos los gatos. Me pide que cierre los ojos. Me dejo acariciar por la brisa sureña. Bolaño me llama. Escucho. Tras el tapial hay un algarrobo, cric, crac, con las ramas grises heridas por los brotes nuevos. Verde que te quiero verde sobre las cenizas de julio.
Tu mirada aún se luce entre todas las cosas que merecen la pena ser vistas; tu mirada aún descansa en el alféizar de mis ojos.
Desde el noreste sobrevuelan penachos del humo de la destilería de Ensenada, vestidos de naranja: el espejo intermitente de la ciudad en su aire nocturno. Cruzan con rapidez la porción de cielo que me permite el patio. Esta ciudad en la que me encuentro en conversación con el insomnio, menos un diálogo que un monólogo, en el despliegue de una impericia notable para conciliar el sueño o los pensamientos, ardido en preguntas.
Intento concentrarme en mi respiración o en el pulso de esa cosa que se llama tiempo. Así parado, entre algunos bocinazos lejanos y el rumor estruendoso de los motoqueros que recorren la 72 empiezo a sonreír. Río como un tonto, sin sonido, sin exagerar, sin ganas. Me contagio de mi propia risa. Bolaño se aleja ronroneando, trepa al techo y desde allí me despide. Ya es primavera. Tu mano entra en cuadro y saluda hasta otro día. Presiento que se acerca el sueño, mientras miro agradecido el lado equivocado de la luna.

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